El Nadaísmo: contracultura, arte y rebeldía en Colombia
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Medellín: la ciudad en contraste, reflejo de la dualidad que exploró el Nadaísmo.

El Nadaísmo: Origen, Filosofía y Contracultura en Medellín

“Si el nadaísmo no te salva / No pongas el grito en el cielo / Ponlo en la tierra / Para que tiemble.” Con estos versos irreverentes, el poeta Gonzalo Arango encapsuló el espíritu de un movimiento que sacudió a la Colombia conservadora de mediados del siglo XX. El Nadaísmo, surgido a finales de los años 50, fue más que un círculo literario: fue una explosión contracultural que encontró en Medellín uno de sus principales epicentros. A continuación, exploramos a fondo el origen de este movimiento, su filosofía y figuras clave, y cómo se manifestó como corriente contracultural en la Medellín de entonces – desafiando valores tradicionales, religiosos y políticos – con influencias de vanguardias globales y un impacto perdurable en la cultura urbana, la música, el arte y la literatura.

Origen y contexto histórico del Nadaísmo

El Nadaísmo nació oficialmente en 1958 en Medellín, cuando Gonzalo Arango publicó el Primer Manifiesto Nadaísta, un texto fundacional lanzado como desafío al orden establecido. Colombia acababa de salir de la época de La Violencia bipartidista y estrenaba el pacto del Frente Nacional. En medio de ese clima de cansancio y reconstrucción, Arango —un joven escritor de Andes, Antioquia, educado parcialmente en Medellín— sintió la necesidad de una revolución espiritual. Influido inicialmente por la ilusión de cambio que prometía el dictador Gustavo Rojas Pinilla, Arango se desencantó pronto de la política tradicional y decidió canalizar la rebeldía de su generación por la vía de la cultura.

Desde su origen, el Nadaísmo se planteó como una respuesta juvenil a una sociedad asfixiada por el dogma religioso, el moralismo y la violencia política. Los hechos recientes pesaban en el ánimo nacional: la guerra partidista, la dictadura militar y una Iglesia católica omnipresente habían dejado a la juventud entre la desesperanza y la ira. En este contexto, el manifiesto nadaísta irrumpió como un acto artístico y poético de desafío al orden establecido, un impulso revolucionario que cuestionaba la visión conservadora de la sociedad antioqueña. Así germinó en Medellín la semilla de una contracultura que muy pronto se extendería a otras ciudades como Cali y Bogotá.

Filosofía y postulados literarios del movimiento

El término “Nadaísmo” (de “nada”) insinuaba provocación y nihilismo, pero sus propósitos iban más allá de la simple negación. En palabras del propio manifiesto: “El Nadaísmo, en un concepto muy limitado, es una revolución en la forma y en el contenido del orden espiritual imperante en Colombia. Para la juventud es un estado esquizofrénico-consciente contra los estados pasivos del espíritu y la cultura”. Es decir, buscaba sacudir la modorra intelectual y espiritual de un país que, a ojos de los nadaístas, “apestaba” a tradición rancia.

Sus postulados literarios defendían la duda, la irreverencia y la ruptura de las formas expresivas convencionales. La prosa debía ser “desvertebrada” y la poesía un acto de libertad absoluto, sin temas vedados. La poesía nadaísta era, para Arango, la libertad que desordena lo que ha organizado la razón. Rechazaban todo dogma o sistema fijo, sin adherirse a ideologías tradicionales ni de izquierda ni de derecha. Su irreverencia se extendía a la propia idea de éxito, pues proclamaban que no llegar también era cumplir un destino.

Literariamente, el Nadaísmo surgió contra la academia y la literatura oficial colombiana. Detestaba la poesía anacrónica de movimientos previos y la literatura edulcorada. En un acto simbólico, los nadaístas quemaron libros en la Plazuela de San Ignacio en Medellín. La quema representó la muerte del viejo canon y el anuncio de una nueva estética irreverente.

Gonzalo Arango y las figuras clave del Nadaísmo

La figura central del Nadaísmo fue Gonzalo Arango Arias, quien se autonombró el “profeta” del movimiento y fue autor de la mayoría de manifiestos. Educado en Medellín y vinculado con el pensador Fernando González Ochoa, Arango se inspiró en su crítica a la mentalidad conservadora antioqueña. No es casual que la casa museo de Fernando González en Envigado, Otraparte, se haya convertido en centro de memoria nadaísta.

Junto a Arango se unieron escritores como Eduardo Escobar, Jotamario Arbeláez, Jaime Jaramillo Escobar (X-504), Amilkar U, Fanny Buitrago y Elmo Valencia. Sus producciones incluyeron manifiestos, revistas, poemas y novelas. En 1970 lanzaron la revista Nadaísmo 70. A pesar de sus diferencias internas y la muerte de Arango en 1976, el movimiento dejó una huella profunda.

Una corriente contracultural en la Medellín conservadora

El Nadaísmo fue una corriente contracultural que desafío el catolicismo, la moral y la política conservadora de Medellín. Desde el inicio, sus actos públicos buscaron el escándalo. En 1958, Gonzalo Arango leyó un discurso contra Cervantes escrito en papel higiénico en el Parque Berrío. En 1959 sabotearon el Congreso Nacional de Intelectuales Católicos en la Universidad de Antioquia lanzando bombas fétidas. En 1960 profanaron una misa en la Catedral Metropolitana.

Estos gestos buscaban ofender a la Iglesia, la academia y los escritores canónicos, lo cual los consolidó como la primera gran contracultura de Colombia. Aunque fueron criticados como bufones o provocadores inofensivos, dejaron una marca duradera: inspiraron a muchos jóvenes a adoptar una actitud contestataria frente al sistema.

Influencia global y conexiones con otros movimientos

El Nadaísmo se conectó con movimientos vanguardistas globales como el surrealismo, el existencialismo, el dadaísmo y la Generación Beat. Tomaron influencia de autores como Breton, Rimbaud, Nietzsche, Camus y Ginsberg. Al igual que los beats en Estados Unidos, promovían la libertad bohemia y la crítica a la sociedad de consumo.

A diferencia de una simple imitación, el Nadaísmo adaptó estas corrientes al contexto colombiano. Tropicalizó el nihilismo europeo y el desenfado beat a una sociedad marcada por la religión, la violencia partidista y la hipocresía moral. En este sentido, fue un movimiento autóctono y profundamente local, aunque en diálogo con las vanguardias del siglo XX.

Impacto en la cultura urbana de Medellín

El Nadaísmo impactó la literatura, la música, el arte y los espacios de encuentro en Medellín. Literariamente, renovó el lenguaje, los temas y la actitud de una generación. Su lenguaje coloquial, sus imágenes arriesgadas y su crítica a la hipocresía abrieron caminos a nuevos escritores y formas narrativas.

En la música, su estética y rebeldía conectaron con los inicios del rock colombiano. Bandas como Los Yetis o The Speakers compartieron espacios con los nadaístas. Incluso el Festival de Ancón en 1971, considerado el Woodstock colombiano, fue en parte heredero del espíritu contestatario del movimiento.

En las artes visuales y escénicas, el Nadaísmo impulsó el performance, el happening y el cruce de disciplinas. La Bienal de Las Cruces, los festivales de vanguardia y las exposiciones alternativas mostraron obras inspiradas por su irreverencia. Su uso del cuerpo como expresión artística anticipó el arte performático colombiano.

Finalmente, Medellín ha conservado parte de este legado en espacios como el Café de Otraparte y la Casa Museo de Fernando González. También la antigua cárcel de La Ladera, donde fueron encarcelados varios nadaístas, fue convertida en parque-biblioteca, cerrando con ironía el ciclo de rechazo y aceptación del movimiento por parte de la ciudad.

La vigencia de una rebelión poética

El movimiento nadaísta marcó un antes y después en la contracultura colombiana. En Medellín – corazón de muchas de sus batallas – dejó una cicatriz luminosa: la de unos jóvenes que desafiaron con poesía y actos simbólicos al poder establecido, y en el proceso ampliaron los límites de la libertad creativa. Aunque sus integrantes se consideraron “los grandes fracasados” y jugaron a escupir hacia el cielo, terminaron abonando el terreno para cambios socioculturales profundos: desde la apertura literaria y el cuestionamiento religioso, hasta la emergencia de nuevas formas de arte, música rock y pensamiento crítico en la juventud. Han pasado más de seis décadas, pero el eco de aquellas risas irreverentes y versos incendiarios sigue resonando. Colombia tal vez no heredó un movimiento organizado – “ni más faltaba que el nadaísmo fuera a dejarle algún legado o herencia a la Colombia de hoy”, diría con sorna Jotamario​ – pero sí heredó una actitud: la certeza de que el arte puede ser subversivo y de que, en palabras de Gonzalo Arango, “mantener la rebeldía es mantenerse vivo”. El Nadaísmo, hijo del desencanto pero padre de muchas transgresiones posteriores, permanece vigente como inspiración para inconformes, artistas experimentales y amantes de la libertad en todas sus formas. Al fin y al cabo, como proclamaban los nadaístas en uno de sus lemas paradójicos, “nadaísmo y antinadaísmo son la misma cosa”: una invitación a trascender etiquetas y a vivir la rebeldía creativa sin límites, ya sea en la página, en la calle o en la pantalla de cine.